viernes, 23 de septiembre de 2016

LA MEDICINA A TRAVÉS DEL TIEMPO - ( Parte 2 )

LA MEDICINA EN EL RENACIMIENTO
Las condiciones sociales, economicas y políticas de Europa sufrieron una transformación interna notable que culminó en el siglo XV con el llamado Renacimiento, así denominado por su creencia en la vuelta a los clásicos grecolatinos. Factores decisivos fueron la difusión de la información debido a la invención de la imprenta, o el desarrollo del comercio e intercambio, gracias primero a los desplazamientos en las Cruzadas y después al interés economico en las rutas marinas. El equilibrio político entre el Papado y el Sacro Imperio permitió el auge de ciudades-estado en el norte de Italia y la concentración en ellas de una economía artesanal y mercantil en expansión. También se produjo allí el florecimiento de Universidades y centros del conocimiento, con la acogida masiva de griegos que abandonaron Constantinopla tras su caída en poder de los turcos en 1453.
La Italia del siglo XVI atrajo a tal cantidad de intelectuales que posibilitó el cambio y la ruptura con el modo de pensar previo. Astronomía, ingeniería, matemáticas, química, medicina, escultura, etc., experimentaron mayores cambios que en la totalidad de los siglos precedentes. En la Italia renacentista cambia el concepto del universo (Galileo), se edifica la cúpula de la Catedral de Florencia (Brunelleschi) y Miguel Angel esculpe el David. En lo referente a la anatomía, en ese momento y lugar coincidieron tal cantidad de observadores y científicos, que tanto con su labor individual como colectiva, pudieron romper con la teleología galénica imperante hasta la fecha. Este conocimiento anatómico fue el motor de las ciencias médicas en general y de la cirugía en particular.

En lo relacionado al tema de la medicina la época del Renacimiento  puede  caracterizarse  como  un  período  de  transición  entre  la  medicina  medieval  y  la  propiamente  moderna.  En  el  terreno  doctrinal  continuó  la  vigencia   del   galenismo,   aunque   desde   unos   planteamientos   enfrentados   con   su  orientación arabizada bajomedieval. Lo mismo que en las demás áreas de la cultura y de la ciencia, la tendencia a conectar de forma directa con la Antigüedad clásica propia del  humanismo  renacentista  condujo  a  la  cuidadosa  revisión  de  los  textos  médicos  griegos  y  helenísticos.  Despreciando  como  «bárbaras»  las  versiones  medievales  realizadas a través del árabe, las obras de los hipocráticos, Galeno, Dioscórides y otros autores  antiguos  fueron  de  nuevo  traducidos  directamente  del  griego  y,  gracias a  la  imprenta,  alcanzaron  una  difusión  desconocida  hasta  entonces.  Sus  doctrinas  fueron  asimismo comentadas y expuestas de modo sistemático.
La anatomía humana descriptiva fue la primera disciplina que se independizó de los saberes  tradicionales.  La ruptura  con  Galeno  y  la  conversión  de  la  disección  de  cadáveres  humanos  en  el  fundamento  de  la  enseñanza  y  la  investigación  anatómicas  fueron  las  aportaciones  centrales  del  movimiento  encabezado  por  Andrés  Vesalio  (1514-1564). En 1543 apareció su obra De humani corporisfabrica, que incluye una exposición de la anatomía humana atenida a lo observado en los cadáveres. Además, la descripción de la formas de las partes del cuerpo está separada de sus funciones, en lugar de estudiar ambas conjuntamente, como habían hecho Galeno y sus seguidores. La obra  tiene  una  amplia  serie  de  grabados  anatómicos,  que  iniciaron  la  moderna  ilustración  biológica.  El  tratado  de  Vesalio  motivó  la  reacción  airada  de  los  galenistas.  
Defendió  a  Vesalio  su  discípulo  español  Luis  Collado.  Collado  y  Pedro  Jimeno  fueron  las  cabezas  de  la  escuela  anatómica  de  la  Universidad  de  Valencia,  la  segunda  después de Padua que siguió la nueva corriente morfológica.

 Durante el resto del siglo XVI,   el   movimiento   vesaliano   se   extendió   a  un   buen   número   de   universidades   europeas,  aunque  su  núcleo  central continuó  siendo  Italia.  En  España  sobresalió  el  español  Juan  Valverde  de  Amusco  autor  del  tratado  anatómico  postvesaliano  más  difundido, reeditado en diversos idiomas, durante la época. La  cirugía  renacentista  carecía  aún de  fundamentos  científicos  y  técnicos  en sentido  estricto,  aunque  comenzó  a  apoyarse  en  la  nueva  anatomía. Las  guerras  permitieron  reunir  una  amplia  experiencia  a  los  cirujanos  que  trabajaban  al  servicio  de  los ejércitos. La principal figura en este campo, el francés Ambroise Paré (1509-1590), se considera como la principal figura quirúrgica del siglo XVI, así como el padre de la cirugía francesa. Nació en Bourg Herent (Francia). Comenzó como aprendiz de un barbero-cirujano de París; después trabajó durante cuatro años en el Hospital Dieu de París. En 1541 se convirtió en maestro barbero-cirujano y trabajó como cirujano del ejército. En 1564, publicó una monumental obra de cirugía, los "Dix Livres de la Chirurgie". La primera parte contenía anatomía y fisiología y la segunda, cirugía. En ésta se describían muchas técnicas quirúrgicas, siendo una de las más significativas el uso de ligaduras de grandes vasos en las amputaciones. También usaba un torniquete en sus amputaciones, para mantener los músculos retraídos con la piel, evitar la pérdida de sangre y embotar la sensibilidad. Definió los objetivos de la Cirugía anatómica del siglo XVI: "La cirugía tiene cinco funciones: eliminar lo superfluo, restaurar lo que se ha dislocado, separar lo que se ha unido, reunir lo que se ha dividido y reparar los defectos de la naturaleza." Ambroise Paré no  era  un  profesional  con  estudios  universitarios,  sino  un  cirujano  en  sentido  estricto  que  había  iniciado  su  formación  como  aprendiz  de  barbero. Su  contribución  más  significativa  fue  la  introducción  del  tratamiento «suave» de  las heridas  por  armas  de  fuego, frente a la práctica de abrirlas y verter en ellas aceite hirviendo, para combatir el supuesto envenenamiento producido por la pólvora.
 Ambroise Paré (1509-1590)

La cirugía del Renacimiento se caracteriza en toda Europa por la división entre cirujanos y barberos; los primeros, con instrucción teórica, conocimientos de anatomía y de medicina; los segundos, poco más que curanderos ambulantes. Sin embargo, tanto unos como otros vieron amenazada su profesión por los médicos, cuya mejor posición social y preparación les proporcionaba una mayor clientela. Durante el medievo, esta intromisión fue evitada por el poderío de los gremios de cirujanos. Sin embargo, al debilitarse éstos, fue necesario el apoyo de las instituciones para la supervivencia de la profesión. En España, el Protomedicato, fundado por los Reyes Católicos en 1477, era el responsable de la formación y protección de los cirujanos. En la misma época, en Francia se regularon los estudios de los cirujanos barberos (de toga corta) y los cirujanos de toga larga, que dependía de la Facultad de Medicina.
La cuna de la ciencia, que había estado centrada por más de un siglo en Italia, sufrió un desplazamiento hacia otras áreas geográficas motivado por razones sociológicas. Los paises del ámbito germánico y los paises anglosajones comienzan a realizar aportaciones significativas. Por otra parte, comienzan a germinar las sociedades de científicos. La primera sociedad, la Academia Secretorum Baturae es fundada en 1580 en Nápoles. Posteriormente surgieron otras: la Academia del Cimento (Florencia 1657), la Royal Society of London (Londres 1662, aunque bajo la influencia de la Universidad de Oxford), la Tertulia Hispalense Medico-Chimica (Sevilla, 1697), la Regia Sociedad de Medicina (Madrid, 1700)... A finales del siglo XVII comenzaron a publicarse los primeros textos procedentes de estas sociedades, y las primeras revistas médicas.
El mecanicismo, aplicado a la medicina, partió de la anatomía renacentista con figuras como Giovanni Alfonso Borelli (1608-1679). Borelli aplicó las leyes matemáticas al estudio de la mecánica animal y a los movimientos. En su obra "De motu animalium" se consideraron por primera vez los huesos como palancas, estudiando también fenómenos como la contracción muscular, la respiración, etc. También impulsó la llamada Yatromecánica para explicar los fenomenos biológicos, partiendo del supuesto de que los seres vivos funcionan como una máquina. Autores contemporáneos son Croone y Willis. William Croone discutió la estructura muscular y el fenómeno de las contracciones musculares. Thomas Willis expuso datos microscópicos y fisiológicos concretos sobre el movimiento y la contracción muscular.
El prestigioso médico de la época Thomas Sydenham (1624-1689) es considerado como el padre de la medicina inglesa. Destacó por sus excelentes dotes de observación. Escribió un trabajo describiendo la gota, enfermedad que padecía, dando datos sobre la clínica del ataque, los cambios en la orina y su relación con la litiasis renal. Describió también la fiebre reumática, la corea y las manifestaciones articulares del escorbuto y la disentería. Prescribió las prácticas físicas para pacientes aquejados de diversas enfermedades. El también inglés, James Yonge (1647-1721), en su obra "Currus Triumphalis" expone una técnica novedosa para las amputaciones, consistente en cubrir el muñón de amputación mediante un colgajo de piel sana.
Nicholas Andry (1658-1759), doctor en medicina, profesor adjunto y Decano de la Facultad de París fue el primero en utilizar el término Ortopedia. Sin embargo, el término original no tenía ninguna relación con la cirugía, es más, Andry fue un anti-cirujano que obtuvo la abolición de los privilegios de los cirujanos en 1724, colocándolos bajo la autoridad de la Facultad de Medicina. La palabra Ortopedia fue concebida como una actividad preventiva o remedio casero, con intención de mejorar deformidades de los niños. En 1741, publicó un famoso libro llamado "Orthopaedia: o el Arte de Corregir y Prevenir Deformidades en Niños por métodos que pueden ser fácilmente aplicados por los mismos padres y los encargados de la educación de los niños". Ortopedia deriva de las palabras griegas derecho y niño. También se debe a Andry el emblema que hoy define a la Cirugía Ortopédica: el joven árbol torcido cuya deformidad se intenta corregir mediante una guía externa. Andry pensaba que las deformidades esqueléticas se debían a defectos posturales y retracciones musculares. La contribución de Andry a la especialidad sin embargo fue más bien pobre, y muchos historiadores consideran que su única aportación es el término ortopedia y el emblema. Por otro lado, Nicolas Andry tuvo importancia al relacionar por primera vez el ejercicio con el sistema locomotor, de una manera científica. Escribe una tesis en 1723 comentando si es el ejercicio moderado el mejor método para conservar la salud.
Paracelso (1493-1541) nació en Einsielden (Suiza).  Se opuso a las autoridades académicas de la época, sometiendo a crítica a los clásicos. Su principal obra fue "Opera Omnia Médico-Chemico-Chiriugica", aunque también escribió un tratado de cirugía "Magna Chirurgia" en el que se recogen sus criterios quirúrgico-traumatológicos más importantes. Paracelso optó por intervenir lo menos posible a la hora de solucionar heridas, fracturas y luxaciones, dejando al tiempo y a la naturaleza ejercer su acción, evitando a sus pacientes el trauma sobreañadido de una manipulación de dudosos resultados. Destacan sus experiencias sobre heridas por arma de fuego.
En el siglo XVII la cirugía todavía no ha conseguido despegar como ciencia. El puesto del cirujano en la sociedad era notablemente inferior al del médico salvo contadas excepciones. Por otra parte, en esta época persiste la división entre cirujanos y barberos, además de existir muchos otros "profesionales" que practicaban algunos procedimientos médicos, principalmente sangrías, extracciones dentarias, lavativas, etc. Entre estos "sanitarios" se encontraban los farmacéuticos (el primer gremio se creó en Londres en 1617), sacamuelas y curanderos en general. Por lo común, los cirujanos se dedicaban a las operaciones de más envergadura, mientras que los barberos realizaban fundamentalmente curas de heridas y sangrías.
John Hunter (1728-1793) fue uno de los más prescigiosos cirujanos europeos. Nació en Escocia y trabajó de jóven en una ebanistería. Posteriormente se trasladó a Londres con su hermano William, cirujano y profesor de anatomía. Fue alumno y cirujano en el Hospital St. George de Londres y también trabajó en la sala de disección de su hermano en Covent Garden. En la guerra de los siete años actuó como cirujano militar y estableció un centro de investigación en Golden Square (Londres), enseñando posteriormente en Leicester Square. Su interés por las cuestiones quirúrgicas abarcó muchos campos, destacando su descubrimiento de la circulación placentaria. Aunque John Hunter recibió escasa educación formal, estableció las bases científicas de la cirugía y estableció las condiciones para los avances del siglo veinte. Su dicho: "no pienses, experimenta" ha inspirado a generaciones de cirujanos modernos. Hunter intenta basar el saber quirúrgico sobre los resultados de la investigación biológica y la patología experimental. Para Hunter, el cirujano no puede ser realmente eficaz sin un conocimiento suficiente de las causas y el mecanismo de la enfermedad. La fisiología debería ser para el cirujano tan importante como la anatomía, porque la estructura anatómica no pasa de ser la expresión estática de la actividad funcional. El gran mérito de John Hunter fue el impulsar la actividad del cirujano hacia una cirugía sistemática, reglada, basada en la anatomía, en la anatomía patológica y en la experimentación. La obra quirúrgica de Hunter marca el verdadero despegue científico de la cirugía europea, sentando las bases de un saber quirúrgico que abrirá las puertas a muchas especialidades, entre ellas a la Traumatología.
John Hunter (1728-1793)

Además de los conocimientos obtenidos de sus experimentos con animales, muchos de los conocimientos de Hunter pueden atribuirse a su experiencia militar. Hunter preconiza una actuación quirúrgica restauradora que debía seguir las pautas marcadas por la naturaleza: la cicatrización dependía de una capacidad innata del organismo y la tarea del cirujano sería ayudar a esta capacidad. Hunter escribió un "Tratado sobre la sangre, la inflamación y las heridas por arma de fuego" en 1794, e intentó el injerto de tejidos. Con respecto a aspectos traumatológicos concretos, la principal contribución de Hunter, además de su doctrina general sobre el tratamiento de las fracturas, se encuentra en el concepto de la reeducación muscular necesaria una vez que se ha producido la consolidación ósea: defendió la práctica de la movilización precoz, mediante ejercicios activos, después de las enfermedades o traumatismos. También describió como evaluar la fuerza muscular en un músculo debilitado. Hunter creía que las enfermedades óseas requerían a menudo de asistencia mecánica. Estudió los cuerpos libres intraarticulares, la pseudoartrosis y el proceso de consolidación de las fracturas, describiendo la transformación del hematoma de fractura en un callo fibrocartilaginoso hasta el depósito de hueso nuevo, trabeculación, reestablecimiento del canal medular y reabsorción del exceso de tejido óseo.
El  saber  anatómico  progresa  a  partir  de  la  segunda  mitad  del siglo  XV,  concibiendo  el  conocimiento  del  cuerpo  humano como  una  realidad  básica  de  la  medicina. El  impulso  de  las  universidades  a  la  anatomía  basada  en disecciones en la formación de los médicos fue muy importante.  Las  disecciones  y  autopsias  con  fines  de  enseñanza  están bien  documentadas  desde  finales  del  siglo  XIII  y  principios del XIV en el territorio italiano. Los miembros de las familias dolientes  solicitaban  una  autopsia  con  el  deseo  de  descubrir la causa de muerte a fin de realizar acciones y evitar un destino similar. Al principio,  las  disecciones  o  anatomías  fueron  privadas frente  a  un  reducido  número  de  estudiantes,  pero  a  fines  del siglo  XV  las  principales  universidades  italianas  hacen  una innovación  importante  al  decretar  estatutos  para  realizarlas de manera sistemática con fines de enseñanza. El texto utilizado  desde  el  siglo  XIII  fue  la  Anatomía  mundini de  Mondino de  Luzzi.  Sin  embargo,  no  era  una  técnica  para  revelar  nueva información sobre el cuerpo humano y el número de estudiantes  era  reducido  además  de  realizarse  de  manera  esporádica. La  enseñanza  de  la  cátedra  de  anatomía  no  estuvo  bien definida,  ya  que  algunos  temas  del  curriculum estaban  incluidos  en  la  cátedra  de  medicina  práctica  desde  el  siglo  XIII.
El  interés  por  la  perfección  física  y  las  formas  corporales trae  como  resultado  la  creación  de  nuevos  estudios  anatómicos  que  no  se  habían  generado  desde  las  investigaciones  de Mondino.  El  desnudo,  que  hasta  entonces  era  considerado como  algo  indigno,  pecaminoso  e  intolerante,  adquiere  un sitio  de  honor  y  privilegio  en  la  obra  de  los  grandes  artistas. Pintores  y  escultores  realizan  estudios  de  disección  y  observación para conocer mejor la perfección de la figura humana  y  representarla  fielmente  en  sus  magistrales  obras.
Cuando  las  universidades  establecieron  sus  estatutos  para la práctica de disecciones de manera sistemática y como parte importante  de  las  actividades  de  los  profesores  para  la  enseñanza,  apareció  el  espíritu  eminentemente  renacentista  para generar  el  saber.  En  consecuencia,  la  práctica  de  las  anatomías  forma  un  aspecto  trascendental  de  su  actividad  docente y  de investigación,  sin  embargo,  se  orientaron  al  descubrimiento  de  estructuras  aisladas  sin  integrarlas  en  un  conocimiento  general  de  la  estructura  del  organismo. Este  impulso  académico  por  el  estudio  de  la  anatomía  por medio  de  las  disecciones  se  incrementó  a  fines  del  siglo  XV con  los  trabajos  de  Gabrielle  Zerbi,  Alessandro  Benedetti,  y Iacopo  Berengario  de  Carpi  en  Padua  y  Alejandro  Achillini  y Berengario  da  Carpi  en  Bolonia. 
El cisma entre la cirugía y la medicina continuó durante toda esta época; el arte de la cirugía practicado en los campos de batalla y en las plazas públicas, era denigrado por los médicos preparados en las universidades, en posesión de diplomas, cargos y dignidades. Los cirujanos ambulantes (de "ropa corta"), barberos, sangradores y charlatanes, se establecían en casetas y tiendas de campaña; algunos se especializaban en utilizar la prestidigitación para demostrar a los enfermos mentales que les extraían del cráneo guijarros ensangrentados. Otros cirujanos sin título académico se especializaban en hernias, cálculos biliares, dislocaciones, fracturas y amputaciones; los barberos, bañeros e incluso los carniceros y verdugos, se encargaban de la aplicación de ventosas, sangrías y extracción de muelas.
La condición profesional de los médicos se fue elevando constantemente durante el Renacimiento, a medida que se desligaban de las supersticiones y tretas de la medicina de la Edad Media. Los conceptos antiguos sobre la enfermedad fueron olvidados, y una vez impugnadas las sacrosantas doctrinas galénicas y árabes, la vieja rigidez del escolasticismo dejó de existir para siempre.
Las recompensas fueron elevadas: Fabricius, maestro de William Harvey, dejó a su sobrina 200.000 ducados; el médico personal de Enrique II recibía 1.200 libras anuales; a Fernel le abonaron 10.000 escudos por cada uno de los diez embarazos de Catalina de Médicis; Luis XII de Francia tenía a su servicio una comitiva compuesta de un médico general con 800 libras anuales, cinco más con 500, cinco cirujanos con 180, dos barberos, un apotecario y un astrólogo.
Aunque la astrología todavía desempeñó un papel en la medicina práctica, fue durante el Renacimiento cuando el médico se elevó hasta adquirir la eminencia del saber. Muchos de los grandes médicos fueron humanistas, hombres de letras, coleccionistas de arte, devotos profundos de la literatura clásica.
El tratamiento médico durante el Renacimiento se basaba en la evacuación de la flema por medio de sangrías, enemas, eméticos y laxantes. Se prescribían baños calientes para que pudieran expulsarse los malos humores por los poros; las arrugas en las yemas de los dedos eran indicación de que con el baño se había logrado el propósito deseado. Consideraban el cerebro como foco de toda aflicción y para combatir el dolor de cabeza sometían al paciente a chorros de agua caliente sobre la cabeza.
Se descubrieron nuevos remedios: ungüentos mercuriales, pomadas, unturas y fumigaciones, para las enfermedades venéreas, a más de palo santo, bálsamo del Perú, zarzaparrilla, jalapa y sasafrás.
La moderación en la dieta, la bebida y las relaciones sexuales fueron la
preocupación preferente de Luigi Cornaro, noble veneciano amigo de Fracastoro, autor de cuatro libros sobre el arte de vivir una existencia prolongada y sobria. A pesar de persistir la astrología y la demonología, los vínculos con la Edad Media fueron definitivamente cortados y durante el Renacimiento se abrió campo libre hacia la objetividad y la observación científica. El período que le siguió, testigo del nacimiento del racionalismo moderno, permitió adelantar la medicina a lo largo del camino delineado por el intrépido hombre del Renacimiento. 
 
El Dr. John Banister explicando anatomía de las vísceras en el Barber-Surgeon's
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 LA MEDICINA EN EL BARROCO
La edad en el Barroco sigue al Renacimiento y abarca desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la Revolución Industrial, a fines del siglo XVIII y principios del XIX. En este lapso se desarrollaron una serie de grandes sistemas o teorías médicas que se disputaban el lugar prevaleciente que habían ocupado las ideas galénicas durante cerca de 1 500 años. Varios sistemas médicos, como la iatroquímica, la iatromecánica, el animismo y el vitalismo, el solidismo, el brownismo, el mesmerismo y otros más, dieron origen a distintos conceptos de enfermedad, algunos de los cuales influyeron en la terapéutica empleada en los pacientes. Varias de estas teorías siguieron la sugestión de Sydenham, de que la enfermedad debería estudiarse igual que otros objetos de mundo natural y se dedicaron a clasificar a los padecimientos en clases, órdenes y géneros, lo mismo que se hace con plantas y animales.
En esta época también quedó establecida la anatomía patológica como una ciencia, se avanzó en el diagnóstico clínico con el descubrimiento de la percusión como un método de exploración física, se generalizó el uso de la vacuna de Jenner en contra de la viruela y se descubrió el oxígeno. Las ideas de los filósofos tuvieron gran influencia en el desarrollo de la medicina, a principios del siglo XVIII en Alemania con Leibniz, Kant, Fichte, Schelling y Hegel, y a fines de ese mismo siglo en Francia con los philosophes De Condillac, Helvetius, D'Alembert, Condorcet y Cabanis.
Así como el Renacimiento para la medicina fue la época de la anatomía con la obra de Vesalio, así el Barroco fue la era de la fisiología con el descubrimiento de Harvey. Y en verdad, muy pocos descubrimientos en el campo de la biología y medicina han tenido tanta repercusión como el de Harvey. La obra correspondiente fue editada en 1628: Exercitatio anatomica de motu cordis y sanguinis in animalibus (Ensayo anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en animales). La obra constituye un modelo en rigor científico. Y después de más de tres siglos y medio de publicada, pueden admirarse la rigurosidad en la deducción y la pericia en el manejo de la experimentación.
La concepción de Harvey tenía un solo punto sin verificación concreta: el paso de la sangre de un circuito a otro en los pulmones a través de la substancia esponjosa pulmonar. Este punto lo verificaría Marcello Malphigi en 1660, tres años después de la muerte de Harvey. Entre la concepción de éste y la comprobación de Malphigi medió un instrumento de suma importancia: el microscopio.
La investigación iba avanzando con mayor rapidez que la clínica, y así, la enseñanza de ésta en las universidades seguía estancada en los clásicos. El espíritu joven de entonces, al no poder desarrollarse en el ámbito del aristotelismo universitario, se canalizó por otras vías y esto dio lugar a que nacieran otras instituciones: las academias. Algunas, como la Academia dei Lincei (Academia de los Linces) de Roma funcionaban en forma de reuniones de sabios para presentar y discutir sus investigaciones, otras, como la Royal Society de Londres, estaban abiertas a los aficionados, otras, como la Académie des Sciences de París, eran organismos del estado, pero en todas se cultivaba la nueva ciencia. Todas estas academias y también la Academia Leopoldina de Alemania se fundaron en el siglo XVII.
Entre las corrientes de avanzada de la época estaban la iatroquímica y la iatrofísica. Ambas tenían un carácter marcadamente reduccionista, extremo para esa época, pretendiendo la primera reducir los fenómenos vivientes, normales y patológicos, a explicaciones químicas, y la segunda, bajo influencia cartesiana, a explicaciones físicas. Ninguna tuvo gran éxito, sus aportes fueron relativamente pocos. La iatroquímica dominó en el norte de Europa, mientras la iatrofísica, bajo la influencia de Descartes y Galileo, lo hizo en el sur.
LA IATROQUÍMICA: Un primer representante de la iatroquímica es Juan Bautista van Helmont (1577-1644), (1578-1644), quien nació en Bruselas y estudió matemáticas, filosofía, astrología y astronomía en Lovaina, pero rechazó el grado de maestro por considerarse todavía un estudiante. 

Juan Bautista van Helmont

Después de un periodo con jesuitas y capuchinos, continuó estudiando leyes, botánica y medicina; de esta última se decepcionó cuando no pudo curarse de la sarna, pero al mismo tiempo rechazó la oferta de una jugosa posición religiosa (porque no deseaba vivir y enriquecerse a costa de los pecados de la gente), regaló todas sus propiedades y se hizo médico itinerante, curando en forma gratuita a todos los que se lo solicitaban. En sus viajes conoció los escritos de Paracelso, después de 10 años regresó a Bruselas, se casó con una rica heredera y se retiró a Vilvorde a ejercer la medicina y escribir sus obras. En 1621 se vio envuelto en una controversia sobre el "bálsamo del arma", la idea de que la herida producida por una arma se curaba si el médico, en vez de tratar al paciente, le aplicaba las medicinas al arma responsable de ella. Van Helmont insistió en que el estudio de la naturaleza corresponde a los naturalistas y no a los sacerdotes, defendió a Paracelso y a la magia, y propuso que los efectos milagrosos de las reliquias sagradas se deben a su "acción simpática" y no difieren de la "cura del arma por magneto". Estas ideas eran peligrosas y en 1623 fueron denunciadas por la Facultad de Medicina de Lovaina ante la Santa Inquisición; Van Helmont compareció ante este alto tribunal y fue condenado a tres años de cárcel. Aun después de haber sido liberado, permaneció en arresto domiciliario y con la prohibición de publicar cualquier cosa sin previa autorización de la Iglesia.
El representante principal de la iatroquímica fue el clínico alemán Franz de le Boë (1514-1672). Sylvius descendía de una familia de hugonotes apellidada primitivamente Dubois, al parecer pariente del primer Sylvius. Estudió en Alemania, Holanda y Paris y por último, regresó a Holanda para radicarse en Leiden. Estaba convencido de la importancia de la anatomía y escribió una obra anatómica que dejó su nombre asociado a la cisura lateral del cerebro. Después de trabajar diecisiete años como médico práctico con gran éxito, aceptó una cátedra de medicina en Leiden. Allí Sylvius, siguiendo el modelo de Italia, puso el hospital al servicio de la enseñanza. Depuró a la iatroquímica de Van Helmont de los elementos metafísicos como el archeus. Pensaba que el proceso fundamental del organismo viviente era la fermentación, cuyos productos finales eran los ácidos y álcalis. Creía que lo normal consistía en un equilibrio de estas substancias, y la enfermedad, en una perturbación de ese equilibrio.
Tanto Van Helmont como Sylvius se expresaban en conceptos químicos y ambos hicieron útil la química para la medicina. Pero son muy diferentes: el uno católico y místico, el otro hugonote y racionalista.

Un importante iatrofísico fue Santorio Santorio, profesor en Padua. Nació en 1561, vivió hasta 1636. Era un inventor innato, ideó numerosos instrumentos de uso clínico y experimental. Pero también fue un clínico de prestigio, y tanto que cuando la corte polaca pidió un buen médico, se le recomendó a Santorio. 


Santorio, profesor en Padua
                                        Cuando regresó de Polonia a Padua en 1611 fue nombrado profesor de medicina teórica. Se retiró en 1624 para dedicarse a su profesión e investigaciones.
Entre sus inventos está una balanza sensible a las variaciones de la dieta y las producidas por el ejercicio físico. De este invento y su utilidad da cuenta en su obra De statica medicina. Con su balanza, que podría denominarse balanza metabólica, comprobó la idea de Galeno de que se respiraba no sólo por los pulmones sino también por la piel, y además cuantificó la perspiración insensible. Santorio pasó a ser precursor del estudio metabólico.
Otro invento importante fue el pulsómetro, el pulsilogium, un instrumento para medir la frecuencia del pulso. En ese entonces el pulso se examinaba sólo cualitativamente, pues si bien había ya relojes carecían de minutero y secundero. El invento consistía simplemente en un péndulo cuya longitud podía regularse, en particular, hasta que su frecuencia coincidiera con la del pulso que se quería contar: la longitud del hilo daba una medida objetiva del pulso. Inventó también el termómetro clínico con un bulbo para colocar en la boca, un higrómetro y diversos tipos de camillas e instrumentos quirúrgicos. De su fantasía creadora es un aparato para bañarse sin salir de la cama.
El otro famoso representante de la iatrofísica fue Giogio Baglivi, nacido 30 años después que murió Santorio. Hijo de padres pobres y apellidado Armeno, él y su hermano fueron adoptados por un médico rico de apellido Baglivi. Giorgio, después de estudiar en Nápoles y viajar por toda Italia, se radicó en Roma, donde conoció y asistió a Malphigi, ya viejo y enfermo. Malpighi murió en 1694 y la autopsia la hizo Baglivi. Dos años después Lancisi, catedrático de anatomía hasta entonces, ocupó la cátedra de medicina, y Baglivi, la vacante de anatomía por espacio de cinco años; después fue profesor de medicina teórica. Murió muy joven, a los 39 años.
 


Fue un iatromecánico extremo, para él el organismo era una especie de caja de herramientas: los dientes eran tijeras; los intestinos, un filtro; los vasos, tubos; el estómago, una botella; el tórax, un fuelle; y todas, movidas por el tonus. Y en esto descubrió las fibras musculares estriadas y las lisas.
Pero Baglivi teórico es muy distinto del Baglivi práctico. Fue un talentoso clínico al punto de ser llamado el Sydenham italiano. En su Praxis medica dice:
Ojalá los médicos vuelvan a la razón, despierten al fin de su sueño profundo y vean cuán diferente es la antigua y viril medicina griega de la medicina especulativa e indecisa de los modernos.
Es decir, había una escisión entre la teoría y práctica médicas, sin que la primera hiciera variar mayormente el arte médico.
Otro iatroquímico del siglo XVII, el holandés Cornelius Bontekoe (1647-1695) quien fue médico de Brandenburgo y profesor de medicina en Frankfurt, recibió un premio especial de la Compañía, de las Indias Orientales por su promoción del comercio del té, en vista de que para "lavar el lodo pancreático" recetaba a sus enfermos que tomaran 50 tazas de té de una sola vez, o 100 tazas en el curso de un día; otras dos recomendaciones del profesor Botenkoe eran que los pacientes fumaran tabaco en forma constante y usaran opio con generosidad. No es de extrañar que fuera uno de los profesionales más famosos de su tiempo, que tuviera numerosa clientela y un grupo grande de médicos seguidores de su "sistema".

LA IATROMECÁNICA:  Es la doctrina que compara al cuerpo humano con una máquina artificial y pretende explicar su funcionamiento sobre bases puramente físicas. En este sistema las partes sólidas del organismo constituyen diferentes maquinarias o conductos inertes que obedecen las leyes de la estática, mientras que los líquidos se rigen por los principios de la hidráulica. Como las leyes que gobiernan el movimiento de las partículas muy pequeñas, indivisibles e iguales que forman la materia (según la teoría corpuscular), se definen cuantitativamente con precisión matemática, la fisiología resulta ser una rama de las matemáticas aplicadas. La iatromecánica se desarrolló a fines del siglo XVII; se acepta que uno de los primeros iatromecánicos fue Santoro Santorio, a quien ya mencionamos como uno de los primeros en introducir métodos cuantitativos en la medicina. Pero quizá el miembro más prominente de la escuela iatromecánica haya sido Giovanni Alfonso Borelli (1608-1679), quien nació en Nápoles y estudió matemáticas en Roma. Fue nombrado profesor de matemáticas en Mesina, pero su fama de sabio y buen maestro determinó una invitación para ocupar la cátedra de matemáticas en la Universidad de Pisa, en 1656. Ese año Marcelo Malpigio fue nombrado profesor de medicina teórica en la misma universidad y los dos personajes se hicieron grandes amigos, relación definitiva en la vida de Borelli pues desarrolló un profundo interés en los experimentos y observaciones de Malpigio y desde entonces la anatomía y la fisiología compartieron su atención con las matemáticas. Borelli abandonó Pisa por Florencia, después regresó a Mesina, pero en 1674 ya estaba en Roma, donde fue protegido por la reina Cristina de Suecia. Posteriormente ingresó a un monasterio y, según unos, sobrevivió dando clases privadas de matemáticas y según otros, pidiendo limosna en las calles Roma. Su obra principal De motu animalium está dedicada a Cristina, quien se encargó de su publicación dos años después de la muerte del autor.  
Tan absortos se hallaban en la búsqueda de los secretos de la naturaleza la mayoría de los más brillantes médicos del siglo XVII, que con frecuencia relegaron a segundo término el principal objetivo de la medicina, que es el curar, dejándola en manos de médicos mediocres o de francos charlatanes.
La figura más sobresaliente de la medicina clínica de aquella época fue Thomas Sydenham (1624-1689), miembro de una acomodada familia puritana, quien hizo
que la Medicina volviera a regirse por los principios hipocráticos. Estudió en Oxford y Montpellier, y luchó durante la Guerra Civil con las fuerzas de caballería adictas al Parlamento. Después se doctoró en Medicina en Cambridge, ejerciendo en Londres al servicio de una clientela numerosa y adinerada.
Pese a lo turbulento de aquella época, Sydenham se mantuvo completamente apartado de las vehementes controversias entre yatrofísicos y yatroquímicos; no se
hallaba interesado en Vesalio ni en Harvey; desdeñaba las disputas entre galenistas y antigalenistas; entre sus lecturas favoritas figuraban las obras de Hipócrates  y
Bacon y en una ocasión recomendó a Sir Richard Blackmore que bien podría aprender medicina leyendo el Don Quijote, de Cervantes.
Su teoría de la medicina fue tan lógica que respondía al sentido común: la causa de todas las enfermedades —dijo— reside en la naturaleza, y la naturaleza posee un
instinto para curarse a sí misma. Su terapéutica consistía en dieta, purgantes y pequeñas sangrías. Era partidario de ventilar las alcobas de los enfermos, de paseos a caballo para los tuberculosos, de medidas refrescantes en los casos de viruela, hierro para la clorosis y un opiáceo que se llamó Gotas de Sydenham.
Fue uno de los primeros en reconocer el valor terapéutico de la corteza de la cincona, llevada del Perú recientemente. El resto de su armamentarium consistía
en vegetales simples, evitando los repulsivos ingredientes de la farmacopea de aquel tiempo.
 

Las agudas observaciones de Sydenham al lado del paciente, libres de pomposa verbosidad, le permitieron dejar lúcidas descripciones de la viruela, paludismo,
neumonía, escarlatina, baile de San Vito (corea de Sydenham) e histeria, así como una notable y vívida exposición de la gota, de que él mismo sufría.
Sydenham clasificaba las enfermedades en agudas (causadas por Dios) y crónicas causadas a sí mismo por el hombre). Es considerado como uno de los padres de la
epidemiología, por sus estudios sobre la relación entre la geografía, el clima y la enfermedad. Su gran innovación fue el reconocimiento y clasificación de las entidades morbosas o especies mórbidas, con síndromes comunes a una enfermedad específica, separados del paciente individual, lo que constituyó el comienzo del diagnóstico específico. Uno de sus discípulos fue Walter Harris (1647-
1732), médico de Carlos II y Guillermo II, y autor de uno de los primeros libros sobre enfermedades infantiles.
La norma de observar, en lugar de la vituperable costumbre de teorizar, dio lugar a una escuela de medicina legal completamente nueva. Un precursor de esta práctica fue el italiano Fortunato Fedele, cuyos trabajos publicados en 1602 tratan de la certificación de la virginidad, heridas letales, jurisprudencia sobre tóxicos y enfermedades hereditarias. Otra obra famosa fue Quaestiones medicolegales, de Paolo Sacchia, publicada en 1621 y considerada como un tesoro de historias de casos medicolegales. El problema corriente del infanticidio (sobre todo entre los pobres) fue notablemente aclarado por Swammerdam, quien descubrió que a la persona viva, al ser sumergida en el agua, le flotan los pulmones después de muerta.
Otra innovación de aquel período fue la escuela de los sistematizadores, dedicada a las enfermedades profesionales. La dirigía Bernardino Ramazzini (1633-1714), quien observó el dañino efecto de los metales, especialmente el mercurio; describió el envenenamiento por el plomo en los pintores, las enfermedades de los obreros del antimonio, la tisis (silicosis) de albañiles canteros y mineros y los trastornos oculares de los tipógrafos.
 Con el crecimiento progresivo de las ciudades la necesidad de contar con más hospitales se hizo irresistible y en 1656 Luis XIV de Francia abolió los horrendos leprosarios medievales, "receptáculos de miserias", y fundó un sistema de hospitales en toda Francia. Este fue el primer paso en la transformación de la medicina de hospital, pero todavía estaba muy lejos de mejorar las condiciones de sufrimiento atroz de los enfermos. Según el relato de un paciente que estuvo internado en el Hôtel Dieu de París en 1657, en cada sala había cuatro hileras de camas, un altar y una mesa para comer; un boticario servía a todos los pacientes y había 300 religiosas que servían como enfermeras, 9 curas, 6 aprendices de barberos-cirujanos, varias mujeres que atendían los partos, y otros sirvientes. Antes de ingresar, si el paciente era hombre era examinado por un aprendiz de barbero, y si era mujer, por una monja, y después llevado ante un cura, que escribía su nombre y otros datos en un registro y también en una tarjeta, que se amarraba en la muñeca izquierda del paciente; entonces se le asignaba una cama junto con otros dos enfermos, y lo primero que debía hacer era confesarse. Las comidas eran escasas, a menos que los familiares o personas caritativas trajeran algo más sustancioso, lo que estaba permitido y por ello las puertas del hospital estaban abiertas día y noche y el acceso era libre. El tratamiento consistía en sangrado, enemas y las medicinas que proporcionaba el boticario, teriaca o sus equivalentes. Los pacientes moribundos se ponían en la misma cama y se les administraban los santos óleos antes de dejarlos en paz. Los muertos se encerraban en sacos, se llevaban a la fosa común y se arrojaban en ella, para cubrirlos con sosa. La mortalidad oscilaba entre 20 y 30%. Los que se curaban (como el autor del relato) recuperaban su ropa de acuerdo con su tarjeta y podían irse. Los médicos iban raramente al hospital, al grado que en 1607 los duques de Sajonia publicaron un reglamento que eximía de guardias a los médicos que aceptaban ir de visita a algún hospital.

Con pocas excepciones, las universidades del siglo XVII vivieron de espaldas a la doctrina galénica. Los médicos salían de las aulas con un título y la cabeza llena de
anticuadas teorías, la mayoría de ellos sin haber visto jamás a un paciente.
El típico médico del siglo XVII, al enfrentarse con la enfermedad, descansaba en su actitud petulante reflejada en el atuendo y verbosidad plagada de latinajos para
impresionar al enfermo, en la administración de catárticos (especialmente por enema) y flebotomía. El médico elegante solía ser un narcisista que vestía el
perfecto bonete profesional sobre una monumental peluca y tacones rojos reluciendo bajo su larga túnica. Estos seres fueron el blanco de la sátira de Moliere, aunque sus relaciones con su razonable y bondadoso médico eran excelentes.
 


Los que ejercían la medicina general eran consultados ocasionalmente en los casos de parto, previamente monopolizados por las comadronas. En 1647 tuvo lugar una innovación importante que consistió en la invención por parte de un miembro de la familia Chamberlin de un fórceps curvado y fenestrado, novedad que fue guardada
celosamente en secreto. Famoso obstetra de aquella época fue François Mauriceau (1637-1709), cuyo tratado sobre su especialidad fue un clásico por muchos años. La
obstetricia masculina se hallaba muy adelantada en Francia cuando una de las amantes de Luis XIV fue atendida por un partero.
La primera edición de la Farmacopea de Londres, apareció en 1618 y contenía unos 1.960 remedios, de los cuales 1.028 eran simples.
Entre ellos se incluían gusanos, víboras secas, pulmones de zorras, aceite de hormiga y de lobo.
Una generación después, la materia médica se amplió, incluyendo cochinilla, vino de antimonio, preparaciones mercuriales y el moho procedente del cráneo de una
víctima de muerte violenta. La tercera edición, de 1677, contenía también cincona, digital, benzoína, ipecacuana, tónicos de acero y la impresionable aqua vitae Hibernorium sive usquebaugh, en menos palabras, whisky irlandés.
Esta fue la edad dorada de los propietarios de remedios y medicinas secretas: Píldoras de Scot, purgante fortísimo; pastillas holandesas, una mezcla de ingredientes en trementina; Agua carmelita, un cordial aromático. Se dijo que Carlos II había ofrecido miles de libras por la fórmula de las Pastillas de Goddard, que se aseguraba estaban hechas de seda natural. Adquirió magnífica acogida el antimonio en varias formas, sobre todo después de habérsele atribuido la cura de Luis XIV.
Así se cerró un capítulo fabuloso en la historia de la civilización occidental: en la labor de sus filósofos, matemáticos, y hombres de ciencia en general, quedó
sembrada la semilla de los numerosos adelantos que la Medicina habría de realizar en los dos siglos siguientes.
El barroco en arte, arquitectura y música se desparramó sobre el siglo XVIII, sin tener en cuenta el calendario: similarmente, uno de los grandes médicos del Siglo
de las luces, Hermann Boerhaave, asentó sus raíces en el siglo XVII. La ciencia médica hubo de necesitar muchas generaciones para asimilar la extraordinaria herencia de la época barroca.

 
Jan Steen (1625-1679)- La visita del doctor, 1658-1662

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LA MEDICINA EN LA ÉPOCA DE LA ILUSTRACIÓN
El período de la Ilustración o de Las Luces corresponde al siglo XVIII europeo, época guiada por un movimiento humanístico que desde Inglaterra y Holanda se extendió a Francia y Alemania. Ese movimiento espiritual tenía por fin dar al hombre bienestar usando y aplicando la razón con independencia crítica de la historia. En este examen crítico el hombre debía tomar conciencia de los aciertos y torpezas de la humanidad. Era la época en que, a decir de Kant, la humanidad debía dejar su minoría de edad.
Se veía en la razón la facultad esencial del hombre, la razón contenía la medida de todas las obras y acciones humanas y del modo de vida. Era una posición optimista, confiada en que por vías racionales podían deducirse los cánones para dar al hombre y a la sociedad una organización digna y feliz. La filosofía de la Ilustración veía en el conocimiento y dominio de la naturaleza la tarea fundamental del hombre. Tenía una alta valoración por la ciencia, pero no tanto por la ciencia pura como por la aplicada.
La razón ilustrada está basada en el empirismo, desarrollado en Inglaterra, particularmente por Locke en el siglo anterior, y por Hume, uno de los filósofos más importantes de la Ilustración. La idea central del empirismo es que no hay otro conocimiento del mundo que no sea el derivado de la experiencia, que las operaciones de la mente se realizan sobre los elementos proporcionados por los sentidos. La razón ilustrada va del hecho al principio, no a la inversa.
En la filosofía del siglo de Las Luces, se trata de la razón ejercida sobre un substrato empírico dado fundamentalmente por la percepción sensible, no de aquella del Barroco, vuelta hacia el interior del hombre en la búsqueda de principios dentro de las ideas innatas. Locke aducía el principio tomista: Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu (nada existe en el intelecto que no haya existido antes en los sentidos). Locke admitía la realidad del mundo exterior a la mente, de la substancia extensa de Descartes; Berkeley, idealista, sólo la de la mente: esse est perpici (ser es ser percibido), la substancia pensante, y Hume, escéptico, de ninguna de ellas: la única realidad es el fenómeno, el fenómeno psíquico. El significado de substancia, de la cosa en sí independiente de la mente, desaparece en Hume y en Kant.
La Ilustración toca todos los aspectos de la vida cultural, fue una época de importantes proyectos atinentes al desarrollo del individuo y también a la sociedad. Fue, como todo humanismo, un movimiento elitista. En Francia se formó el enciclopedismo, en Inglaterra nacieron los clubes. En cuanto al gobierno, se trataba de una revolución desde arriba, del despotismo ilustrado, de todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Consecuencia de la filosofía de los empiristas es el individualismo: cada hombre con su mundo dado por su propia percepción sensible. De ahí, en la política, el liberalismo, y de ahí que la organización supraindividual, en particular el estado, había de surgir y perdurar según el principio del contrato social, a saber, del libre acuerdo entre los individuos, aisladamente seres en estado natural. Fue un movimiento en que se valoró el derecho natural: los derechos del hombre independientes del lugar, del tiempo, de lo contingente. Sin embargo, esta concepción condujo a la tolerancia religiosa, liberación campesina, difusión de la cultura al pueblo, a tomar conciencia de los derechos humanos. La clase culta pasó a ser laica, particularmente en Francia.
Por primera vez se habló de la medicina social, y pasó a primer plano la idea de la prevención de enfermedades. El médico escocés James Lind descubrió la acción preventiva y curativa del jugo de cítricos en el escorbuto.

Progresó la anatomía comparada, topográfica y quirúrgica, por el citado espíritu utilitario y "mecánico de la época, pasándose de la "textura" de Falopio al "tejido" de Bichat. Destacó la anatomia animata de Morgagni, quien en su obra maestra, en cinco tomos, publicados a sus ochenta años, incluía setenta cartas a un joven amigo —las cartas eran, a falta de revistas, el modo de difundir la medicina—; dejó una galería de los muertos atestada de princesas, prostitutas, obispos y bandidos. Contrastó su anatomía patológica, dinámica —por serlo también la enfermedad— con la estática anatomía normal, estableciendo Morgagni que cada enfermedad tenía asiento en un órgano determinado. Brillaron también los Monro, Gimbernat, Scarpa y Winslow.
La fisiología avanzó con el titán suizo Albrecht von Haller, poeta y políglota, que dejó dos mil artículos, 14.000 cartas —comunicándose, pese a su catolicismo, con ateos como Voltaire, y con libertinos cual Casanova— y una montaña de trabajos sobre medicina, religión, filosofía y botánica, estableciendo como propiedad muscular la irritabilidad, y como cualidad nerviosa la sensibilidad, y haciendo de la vida propiedad especifica de la materia viviente.
Brillaron también en fisiología el abate Lazzaro Spallanzani, quien probó, con sus bolsitas de tela y sus tubos perforados tragados por pacientes, que la digestión no era mera putrefacción, y Stephen Hales, el clérigo que estudió la presión arterial introduciendo tubos de vidrio en las arterias de los caballos. La embriología —fisiología en el tiempo— avanzó con su fundador, Kaspar Friedrich Wolff, al establecer que los órganos no estaban preformados, sino que se diferenciaban progresivamente, lo que le valió el ostracismo científico y el morir en voluntario exilio en Rusia, amparado por la magnanimidad de Catalina la Grande.
Recogió la herencia de Leyden la Antigua Escuela de Viena, fundada por Gerald van Swieten y continuada por Anton de Haen: la escuela de Edimburgo, y la de Inglaterra. En la melómana Viena, Auenbrugger, músico y médico, imitó a su padre, viñatero, que percutía toneles de vino para aforarlos, al percutir el tórax de sus enfermos para escuchar sus sonidos. Este descubrimiento, no reconocido en tiempos de Auenbrugger, fue reintroducido y reivindicado en Francia por Corvisart, médico de Napoleón, quien (pese a ser rechazado por el Hospital Necker ¡por rehusar la regla de llevar peluca!), acabó en director de la Charité. El descubrimiento de Auenbrugger, "musicalización" de los sonidos de la enfermedad humana, refleja el sensualismo de algunos de los enciclopedistas, y la atmósfera musical de Viena.
Las especialidades progresaron, sobre todo la pediatría, impelida por el interés hacia el niño creado por los escritos de Rousseau y Pestalozzi. La salud pública avanzó con Johann Peter Frank, consejero de emperadores, cuyo concepto de una "policía de la salud", —encargada de vigilar hasta la hora en que debería salir la gente de los salones de baile— para proteger la higiene popular, le convirtió en padre de la higiene social moderna. En psiquiatría, Pinel liberó en la Salpêtriére al enfermo mental de sus cadenas, e hizo del diagnóstico ciencia "exacta", basada en la clasificación botánica de las enfermedades y luchando por los derechos del enfermo mental en la Asamblea Nacional.
Brillaron en Inglaterra Mead, Huxham, Pitcairn, y otros nosógrafos, cuando en Escocia relucían los Monro, Bell, los Hunter, capitanes de la cirugía mundial, y Cullen. Heberden, escribió en aquella época su descripción, una gema, de la angina de pecho; y Withering arrancó al folklore campesino de las viejas, el secreto de la digital para tratar la hidropesía.
La terapia fue tradicional, abundando los clísteres dados en los palcos reales a las bellas marquesas, durante representaciones teatrales y conciertos. La flebotomía devino sangriento vampirismo, progresando la cirugía al separarse barberos de cirujanos.
Bajo el brillo de las estrellas fosforecían las luciérnagas. El vienés Franz Anton Mesmer, creador del mesmerismo, vestido de túnica violeta, envuelto en música suave, rodeado de apuestos ayudantes que luego decapitaría la revolución, varita magnética en mano, movilizaba sobre sus damas histéricas el fluido magnético del universo. El alemán Samuel Hahnemann, aceptó que las enfermedades eran de "género natural", tratándolas con drogas similares a minúsculas dosis, ocasionando variantes atenuadas de la enfermedad, creando así la homeopatía. Prosperaron charlatanes y curanderos como el fabuloso veneciano Juan Jacobo Casanova y el conde Cagliostro, el conde de Saint Germain, y el escocés James Graham, con su Templo de la Salud, en el que estaba su "lecho celestial", estremecido de electricidad, para uso connubial de parejas ansiosas de amor.
Las atroces epidemias que azotaban Europa —sólo la viruela mató 60 millones de personas— obligó a que las empolvadas pelucas de las damas aristocráticas llevaran escondidas esponjas empapadas en miel y vinagre contra los piojos. 
El clima, como factor patógeno tan importante en la medicina hipocrática, pasó a segundo plano frente a las malas condiciones sociales. Era el tiempo en que comenzaba la industrialización. Se mejoraron las condiciones higiénicas de cárceles y hospitales y de la canalización de aguas, a lo que contribuyó el propio Lavoisier. Sistema de una política médica global se llama la obra de seis volúmenes de Johann Peter Frank dedicada a la salud pública. Se fundaron instituciones para la enseñanza de la obstetricia y se crearon hospitales pediátricos en Francia e Inglaterra.
El Llamado siglo de las luces estuvo guiado por un racionalismo confiado
plenamente en la capacidad del hombre para comprenderse a sí mismo y para entender igualmente a la naturaleza con el objetivo de dominarla.
El racionalismo impulsó el desarrollo de la ciencia matemática y dio lugar al nacimiento de la química y a las grandes conquistas de la física; las ciencias
naturales se ordenaron en sistemas, enriquecidas enormemente por las nuevas especies procedentes de las expediciones científicas, introducidas también en medicina.
El progreso más importante en salud pública fue la introducción en Europa, a fines del siglo, de una vacuna efectiva y segura contra la viruela. Desde hacía muchos siglos se empleaba una vacuna en la medicina de la India, el método había pasado de ahí a otros pueblos del Oriente. Se trataba de la variola o variolización, una vacuna preparada a partir del líquido de vesículas de la viruela misma, y que producía, en principio, una enfermedad benigna y la consiguiente protección inmunitaria. Tenía riesgos altos de provocar una viruela en toda su magnitud. Occidente había sabido de este método a comienzos del siglo XVIII por dos personas que habían vivido en Constantinopla.

Un método del todo seguro fue el que descubrió Edward Jenner, que vivió entre 1749 y 1823. Era un médico práctico rural. Atendiendo a lo que decía una leyenda, comprobó efectivamente que las mujeres que ordeñaban vacas con vaccina, una enfermedad benigna del vacuno con lesiones similares a las de la viruela, se infectaban, sus manos mostraban vesículas iguales a las de las ubres, pero no contraían la viruela. Estimulado por su maestro, el gran cirujano John Hunter, investigó este fenómeno. En 1796 inoculó a un niño, James Phipps, con líquido de una vesícula de una ordeñadora, y el niño, naturalmente, se contagió. Varias semanas después lo inoculó con líquido de una lesión de un paciente con viruela, y el niño no se enfermó. Jenner repitió este procedimiento, que llamó vacunación, y publicó su trabajo en 1798. La efectividad del método fue reconocida en toda Europa, la familia real inglesa se hizo vacunar, algunos estados de Alemania declararon feriado el día del cumpleaños de Jenner, al primer niño ruso vacunado le pusieron el nombre Vaccinov, el Parlamento inglés le dio un subsidio a Jenner y en 1803 se fundó en Londres la Sociedad Jenneriana.
Una característica de los estudios anatómicos de la Ilustración fue el carácter de utilitarismo dado a la investigación. Si las investigaciones realizadas en los siglos XVI y XVII estaban guiadas por un afán de conocer, de desvelar lo desconocido, en el siglo XVIII sin embargo, las investigaciones anatómicas se dirigirán sobre todo a realizar descubrimientos de los que obtener una aplicación práctica.
Microscopio compuesto fabricado
hacia 1751 en Magny

En las primeras décadas del XVIII el uso del microscopio fue prácticamente abandonado, pues las dificultades de su manejo, que requería una habilidad
técnica difícil de adquirir, unido a su coste elevado y a la escasa perfección todavía de las lentes, justificaron este detenimiento. Pero en la segunda mitad del siglo la óptica mejoró extraordinariamente las posibilidades de este instrumento, cuya utilización se reanudó intensamente. Sin embargo en las salas de disección solo se utilizaba en muy contadas ocasiones y no de forma habitual.
En Gran Bretaña los estudios anatómicos se hallaban en manos de los cirujanos, totalmente separados en este país y subordinados a los médicos.
Pues bien, los cirujanos sentían la necesidad práctica de realizar investigaciones por medio de disecciones humanas, encontrándose con graves dificultades para ello, ya que la legislación prohibía la utilización libre de cadáveres, permitiendo las disecciones anatómicas únicamente con aquellos cuerpos de condenados a muerte, después de ser ajusticiados.
El aumento de estudiantes de medicina, y el desarrollo de los estudios anatómicos, incrementó la demanda de cadáveres para responder a los fines investigadores y didácticos, motivo por el que, desde finales del siglo XVII en adelante, se produjo una verdadera búsqueda de cadáveres, abriéndose un comercio de individuos poco escrupulosos con las escuelas anatómicas, muchas de ellas privadas, llegándose hasta a desenterrar ilegalmente de noche algunos cuerpos recientemente fallecidos.
Esta situación tuvo como consecuencia el rechazo de la sociedad hacia estas prácticas y hacia los que las realizaban, produciéndose una verdadera lucha entre aquella y los llamados “resurreccionistas”. En consecuencia, los cirujanos encargados de la disección de los cuerpos de los ajusticiados, según marcaba la ley, fueron despreciados recibiendo incluso agresiones personales, con graves heridas, por parte de amigos de un criminal ahorcado, cuyo cuerpo se trasladaba legalmente para ser anatomizado. Este estado de cosas hizo que la disección fuera rechazada de plano por la sociedad, y que incluso profesores de anatomía y estudiantes llegaran a ser procesados, bajo la acusación de obtener cuerpos que no habían sido condenados por la justicia y someterlos al indigno proceso de disección.
Esto ocurría en Escocia, cuando se convirtió en un centro importante de estudios anatómicos, y como otra forma de obtención de cadáveres para investigar se organizó la importación desde Francia, enviando clandestinamente cuerpos de individuos recientemente fallecidos, dentro de cajas bien embaladas con falsas etiquetas de mercancías. Finalmente el Parlamento tomó en consideración la situación a que había llegado la escuela inglesa de anatomía, a través de una ley que eliminando los excesos a que se había llegado, permitía a los científicos satisfacer sus necesidades legítimas para la enseñanza y la investigación, eliminando viejos reglamentos ya obsoletos.
El descubrimiento de la vacuna originó una página de gloria en la historia de la Medicina cuando el español Francisco Javier de Balmis, dio la vuelta al mundo, llevando veintidós niños, en cuyos brazos pase a pase, mantenía vivo el virus de la vacuna, inoculando cientos de miles de personas en toda la redondez de la tierra. Balmis fue ayudado en América del Sur por su heroico colega y mártir de la medicina, Francisco Salvany, quien murió manco, tuerto y tuberculoso en Bolivia, víctima de su épica campaña. Afrontando tremendos peligros, la oposición de los hombres y la furia de los elementos, Balmis llevó en los brazos de los niños la vacuna al Caribe y a México, a Filipinas, a Cantón, y a Macao, dando así la primera y única vuelta al mundo realizada por un médico en misión heroica y humanitaria.
En los Estados Unidos, la vida se estabilizó en las colonias. Los médicos iban a estudiar a Inglaterra y Holanda. Fulguraron grandes figuras médicas —Cadwalader, Shippen, Morgan, Benjamín Rush— al mismo tiempo que Benjamín Franklin estimulaba la introducción de los ideales de los enciclopedistas franceses, incorporados a la constitución norteamericana catorce años después de haberlos expuesto Rousseau en su Contrato Social. Inicióse la memorable marcha hacia el Oeste por las vastas y verdes praderas de los Estados Unidos, que aún eran el Imperio de indios y de bisontes, y que expandieron en el espacio la gesta de una medicina norteamericana que luchaba contra los problemas impuestos por su juventud histórica.
Más, antes de finalizar el siglo XVIII, doblaron en Europa las campanas de la Historia el réquiem del enciclopedismo. La semilla romántica lanzada por Rousseau estaba germinando, mientras en otra dirección nacería con nuevo ímpetu el naturalismo. En el ocaso de dicho siglo, Alemania emprendió el camino del Romanticismo, cuyo idealismo filosófico iluminaría la primera mitad del siglo XIX, en tanto que su segunda mitad estaría dominada por el positivismo y naturalismo de Francia e Inglaterra.



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LA MEDICINA EN EL SIGLO XIX
En el siglo XIX se realizaron más cambios radicales en la sociedad humana que en los años anteriores. Fue el siglo en que se revolucionaron el pensamiento, la economía, las costumbres, el orden político-social y la tecnología, y que sirvió de puente entre el mundo de los barcos de vela y correos de posta y los trasatlánticos de acero y la radio; entre imperialismo y socialismo; entre los duelos y el respeto a la ley.
A diferencia de los siglos anteriores, el XIX careció de homogeneidad: el mundo de Beau Brummell, allá por 1820, fue totalmente distinto al de la belle époque, el romanticismo desenfrenado de la era napoleónica fue completamente ajeno a la sobria respetabilidad de la era victoriana.
Asimismo, en medicina existió un gran abismo entre las sangrías usuales en las primeras décadas y la era de la anestesia y la asepsia en la segunda mitad del siglo.
Notable fue la invención de la anestesia quirúrgica en los Estados Unidos, uniéndose en su romántica historia los nombres, aún en controversia, de Crawford William son Long y del dentista Horace Wells, que usaron éter y óxido nitroso, respectivamente. Inicióse la anestesia quirúrgica al anestesiar en Boston el dentista William Thomas Morton, adiestrado por Wells y Charles Thomas Jackson, a un paciente que fue operado por John Collins Warren, hijo, y vapores de cloroformo fueron utilizados en cirugía, en Edimburgo, por el Dr. James Young Simpson.
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La medicina clínica progresó gracias a la hazaña del médico francés, monárquico y católico, discípulo de Corvisart, René Théophile-Hyacinthe Laënnec, quien creó en el Hospital Necker de París su estetoscopio, con una hoja de papel arrollada, la cual apoyó en el pecho de una enferma obesa, para escuchar el lenguaje de los órganos, como había visto que los niños hacían al escuchar en la calle al extremo de un tronco hueco los golpecitos dados en el otro extremo. Con Laënnec, uno de los más grandes médicos de la historia, la patología, hasta entonces visual, se hizo auditiva, y el médico pudo escuchar sonidos de la enfermedad, el idioma de la patología, que nadie escuchara antes.
Francia lanzó en aquel entonces una avalancha de clínicos, brillando Broussais, que espoleó un período de "vampirismo" en terapéutica, al aumentar el consumo de sanguijuelas en Francia a más de 41 millones por año; Louis, maestro de la estadística médica; Corvisart, mago de la cardiología. En Inglaterra se destacaron Graves, Stokes, Corrigan, Bright, Addison y Hodgkin, y Alemania también contribuyó con hombres notables. Progresaron las especialidades, mas la terapia siguió siendo empírica, a base de sustancias vegetales, electroterapia e hidroterapia, cuando no nihilística.
En la segunda mitad del siglo, la Medicina pasó de europea a ser nacional, positivista y vernácula, acaso por ser el siglo XIX, no una centuria europea —como lo fuera el XVIII— sino particularista y de nacionalismo, como lo fuera el siglo XVII. El progreso en el diagnóstico reflejó la curiosidad del hombre sobre sí mismo y el universo, pasando la medicina de hacerse en la biblioteca a hacerse en el hospital.
A su vez, el médico, que fuera un artesano en Grecia, un clérigo en la Edad Media y un "doctor" desde el Renacimiento, empezó a ser ya el médico del hospital y de servicios de salud pública, desarrollándose cada vez más los seguros sociales de enfermedad.
Los anestésicos hicieron posible una cirugía más delicada. Se desarrolló el concepto celular de la enfermedad; el estudio del metabolismo, el del papel del sistema nervioso como regulador orgánico, y de la unidad entre psique y soma; la noción del origen microbiano de las infecciones, la inmunización y los nuevos instrumentos. El cuerpo humano se estudió en el espacio (morfología, antropología), y en el tiempo (genética y embriología).
La patología humoral hipocrática fue llevada al íntimo nivel celular por el alemán Rudolf Virchow, quien estableció el concepto celular de la enfermedad, reemplazando así el concepto de que la enfermedad se asentaba en un órgano como afirmó Morgagni, o en un tejido como sostuvo Bichat, y substituyó el antiguo "imperio absolutista" de los humores orgánicos, con su "democracia celular" o la "república de las células", considerando las células como clases sociales, los órganos y sistemas como su territorio, y la enfermedad como la guerra civil entre los gérmenes y la policía del estado celular, o sea los leucocitos. Nació entonces una nueva ciencia, con la obra del romántico revolucionario Jacob Henle, el Vesalio de la histología, y el padre de la embriología moderna.
Otros jalones de progreso en esta época fueron el descubrimiento de las enzimas, la termometría clínica, la termodinámica, los aparatos de registro fisiológico, el desarrollo de la salud pública —dramatizado por la gesta de Max von Pettenkofer de beberse un caldo de cultivo de bacilos coléricos—, las leyes de la herencia enunciadas por el monje agustino Gregor Mendel al rezar su rosario de guisantes, y la mágica pantalla iluminada de Wilhelm Roentgen.

Inglaterra reemplazó a Francia en el campo de la clínica. Mas, la bacteriología la fundó con su obra egregia un noble y buen químico francés: Louis Pasteur, quien identificó los microbios con el antiguo —y aún misterioso — contagium animatum, investigador de las fermentaciones y enfermedades del vino, cazador de microbios, artífice de vacunas, quien setenta años antes que Fleming estudió el efecto del Penicillium sobre los fermentos. Ligado al suyo, están los nombres de Koch, que por vez primera estableció la especificidad microbiana de las infecciones y aisló el germen de la tuberculosis; Von Behring, maestro de toxinas y antitoxinas; Klebs y Loffler, pescadores de bacilos; Jaime Ferrán y sus vacunas. La oleada de descubrimientos que originaron la nueva terapia biológica con sus sueros y vacunas, anticuerpos y fagocitos, precursora de las drogas bacteriostáticas y bactericidas, se simbolizó en la lucha contra las enfermedades tropicales y en la gesta del cubano Carlos Finlay, cuyo descubrimiento de la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito —con Walter Reed— permitiría eliminarla de Cuba y más tarde abrir el canal de Panamá.
Enriquecióse el arsenal terapéutico con nuevas drogas, sobre todo con la quimioterapia, iniciada en su instituto de Francfort, por Paul Ehrlich, que pasó de su cromoterapia o terapia por los colores a sus arsenicales "balas mágicas" contra los treponemas, siendo sus precursores los metales pesados no galénicos de Paracelso, como la fitoterapia galénica lo fue de los antibióticos.
La medicina se hizo más fisiopatológica y fisioquímica en su substrato, y las historias clínicas más dinámicas e histórico-biográficas.
Brillaron en Neurología, iniciada como especialidad por Duchenne en París, el genio de Charcot en neurocirugía, Paul Broca y Pierre Marie; y el también genial John Hughlings Jackson en Inglaterra, al explorar los niveles del sistema nervioso. Avanzó la Psiquiatría con la gesta de Philippe Pinel, liberando al enfermo mental de sus cadenas y realizando la vasta sistematización de 2.700 enfermedades, para intentar hacer de la medicina una ciencia natural. Notable fue la nosología psiquiátrica de Emil Kraepelin, quien convirtió el caos de los síndromes mentales en un cosmos de clasificaciones.
Las enfermedades mentales siguieron siendo dramáticamente visuales hasta Charcot, haciéndolas auditivas el genio del psiquíatra vienés Sigmund Freud, quien "escuchó" las neurosis en vez de verlas. Aportó Freud, poeta de la medicina, una nueva antropología médica con su evaluación terapéutica de los instintos humanos y sus originales conceptos de lo inconsciente, integrando la enfermedad con la biografía del paciente, y usando el diálogo como instrumento curativo.
Dio el paso supremo en cirugía la antisepsia —desinfección física por el ácido carbónico de instrumentos y heridas— del escocés Joseph Lister, el hombre que liberó a la humanidad de las cadenas de la infección, el Lincoln de la cirugía, luego devenida asepsia —desinfección química y preventiva del aire y las heridas— que convirtió la cirugía en más fisiológica y menos heroica.
El número de muertes por infección puerperal fue reducido por Ignaz Philipp Semmelweis en Austria, quien por intuición aconsejó a colegas y estudiantes que se desinfectaran las manos con una solución de cloruro de calcio, y con la apasionada campaña emprendida por el bostoniano Oliver Wendell Holmes, quien descubrió también, e independientemente, el origen infeccioso de la fiebre puerperal. Con la antisepsia y la anestesia se conquistaron los dos enemigos seculares de la cirugía: la infección y el dolor.
A ultramar había seguido la expansión de los EE.UU. de A. hacia el Oeste por las praderas, sucesivamente recorridas por pioneros y tramperos, traficantes, predicadores y médicos, pasándose del aprendizaje empírico de los médicos a las escuelas de medicina, la regulación de la enseñanza, las grandes sociedades médicas y las revistas de medicina.
Surgieron las egregias figuras del estadista y precursor de la psiquiatría, Benjamin Rush, que firmó con otros la Declaración de Independencia de los Estados Unidos; Ephraim McDowell, que realizó la primera resección de un quiste ovárico; el cirujano de provincia Daniel Drake, autor de una magistral geografía médica; William Beaumont, que estudió la función gástrica in vivo en el estómago —abierto por un disparo— de un mestizo; Guthrie y su cloroformo o sweet whisky; Sims, mago de la cura quirúrgica de la atroz fístula vesicovaginal; Oliver Wendell Holmes, médico y poeta; Silas Weir Mitchell, neurólogo y novelista; John Shaw Billings, bibliotecario magnífico de la medicina y cofundador de la Biblioteca de la Dirección General de Sanidad en Washington, y el canadiense Sir William Osler, ideal moderno del médico humanista, amable y humanitario, profesor en las Universidades de McGill en Montreal, Pensilvania, Johns Hopkins y Oxford, clínico portentoso, cuya voz de hombre sabio y bueno aún inspira a los médicos de hoy.
El mayor adelanto en medicina clínica durante el siglo XIX se registró en el arte del diagnóstico. Uno de los más distinguidos médicos de su época fue Josef Skoda (1805-81), quien enseñó que los fenómenos físicos observables eran de la mayor importancia en el diagnóstico. Los signos físicos registrados llegaron a varios centenares (de Skoda, de Babinski, de Magendie) y están asociados con enfermedades o disfunciones, enriqueciéndose así la literatura epónima.
El fallo de esta fase de la medicina clínica fue que varios médicos consideraban que no bastaba con hacer un diagnóstico correcto y dejaban al paciente que se curara por sí mismo, lo que terminó llamándose "nihilismo terapéutico".
Autorretrato del doctor Oliver Wendell Holmes

Entre las especialidades, la obstetricia y la ginecología hicieron grandes adelantos: uno de los más importantes fue el de la lucha contra la fiebre puerperal. En 1842, Oliver Wendell Holmes recomendó que las parturientas no fueran atendidas por médicos que hubieran actuado en autopsias, a menos que se lavaran las manos con cloruro de calcio y cambiaran de ropa. Cinco años más tarde, el vienés Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865) demostraba que la mortalidad debida asepsis puerperal podría reducirse en un 80 por ciento, usando el cloruro de calcio en la higiene personal del médico. La violenta oposición que despertó su aserto, llegó a ridiculizarlo de tal forma que hirió su refinada sensibilidad hasta el punto de sumirlo en la locura y producirle una muerte temprana.
François Magendie, fundador de la fisiología experimental, distinguió las regiones motoras y sensoriales de los nervios periféricos.
La causa de la aplicación de la anestesia en el parto la venció casi por sí solo James Young Simpson, el hijo de un panadero de Edimburgo, cuya pericia y simpatía personal lo convirtieron en el más famoso obstetra de su época; sus contradictores disminuyeron la oposición cuando la reina Victoria aceptó la anestesia con cloroformo, dando lugar a lo que más tarde habría de llamarse "parto real". 
En neurología correspondieron a Francia las primeras figuras: por primera vez esta rama de la medicina adquirió base científica con investigaciones anatómicas y fisiológicas, como los estudios realizados por Magendie y Bell sobre los nervios motores y sensoriales, así como las investigaciones electrofisiológicas del excéntrico Guillaume Duchenne (1806-75) ; Paul Broca (1824-81) comenzó un atlas del cerebro, y Joseph Babinski (1857-1936), polaco protegido de Charcot, estableció el estudio de los reflejos como signos diagnósticos.
En Inglaterra, John Hughlings Jackson (1834-1911) compartió la fama en esta especialidad con compatriotas tan brillantes como Sir William Richard Gower (1845-1915) y Sir Charles Sherrington.
La Psiquiatría dio también sus primeros pasos en Francia: el trabajo inicial de Pinel sobre enfermedades mentales a principios de siglo, dio sus frutos en las enseñanzas de Jean Martin Charcot (182493), a cuyas conferencias sobre neurología en la Salpêtrière asistían médicos de todo el mundo. La psiquiatría alemana y la italiana contribuyeron con estudios descriptivos de las enfermedades mentales, culminando con la gran clasificación sistemática de Emil Kraepelin (1856-1927).
El siglo comenzó con el descubrimiento del óxido nitroso en 1800 por Humphrey Davy, de Cornualles, que si bien en un principio se empleó como un elemento para animar tertulias, fue aplicado científicamente en 1845, cuando un dentista de Connecticut, llamado Horace Wells, lo administró como anestésico para realizar una extracción.
Técnicas anestésicas en el siglo XIX

Guillaume Duchenne faradizando a un paciente. Duchenne fue precursor en la aplicación de la electricidad en el tratamiento de enfermedades nerviosas. Derecha, el Dr. Crawford W. Long, quien, en 1842, utilizó por primera vez el éter como anestésico en cirugía, hecho que no comunicó hasta 1849.
Guillaume Duchenne faradizando a un paciente. Duchenne fue precursor en la aplicación de la electricidad en el tratamiento de enfermedades nerviosas. Derecha, el Dr. Crawford W. Long, quien, en 1842, utilizó por primera vez el éter como anestésico en cirugía, hecho que no comunicó hasta 1849.
Se atribuye al Dr. Crawford Williamson Long (1815-78), haber usado por primera vez el éter como anestésico, aunque no publicó ninguna comunicación. En julio de 1844, William Thomas Green Morton (asociado con Wells), utilizó con éxito el éter para empastar una muela y dos años más tarde persuadió al Dr. John Collins Warren del Massachusetts General Hospital, para que usara la anestesia en cirugía. El descubrimiento se comunicó al mundo el 18 de noviembre de 1846 y fue aceptado por algunos de los más famosos cirujanos de aquel tiempo; al año siguiente se introdujo el cloroformo. Los términos anestesia y anestésico fueron propuestos por el Dr. Oliver Wendell Holmes.
En 1884 Karl Koller descubrió las propiedades anestésicas de la cocaína, que hicieron posible la anestesia local; el cirujano francés Paul Reclus introdujo el sistema de infiltración, y el alemán August Bier usó la anestesia intraespinal con cocaína, en 1899. Esto fue seguido por el método endoneural de Crile y Cushing y por la anestesia sacra, venosa y arterial iniciada por José Goyanes Capdevila, quien lanzó los métodos del siglo XX para mitigar el dolor.
Aunque la anestesia facilitó la labor del cirujano, al poder explorar con mayor holgura las cavidades del cuerpo, una gran cantidad de pacientes aún moría a consecuencia de infecciones en las heridas y septicemia. Louis Pasteur estableció la teoría del germen como causante de la enfermedad en los primeros años de la década de 1860, y en 1865, el cuáquero, Dr. Joseph Lister (1827-1912), experimentó con ácido carbólico, como antiséptico, publicando dos años después su sorprendente informe.
Lister era hijo de un comerciante en vinos y sentía gran vocación por la microscopía, en la que era un experto. Como médico completó su práctica quirúrgica bajo la dirección del notable cirujano edimburgués James Syme, con cuya hija se casó.

Los patólogos italianos Francisco Acerbi en 1822 y Agostino Bassi en 1846 expresaron con certidumbre la existencia de microorganismos vivientes como causa del contagio. Y había de corresponder a un químico francés, dedicado a los vinos, productos lácteos y sedas, hallar las pruebas en sus estudios sobre la fermentación.
En su mal iluminado laboratorio, con un techo demasiado bajo para poder trabajar de pie, Pasteur hizo su histórica contribución a la inmunología con las vacunas de virus atenuados contra el cólera aviar, ántrax porcino y la rabia. Observó los efectos del Penicillium glaucum en los fermentos y demostró que las bacterias podían usarse unas contra otras. El mundo le colmó de honores y al cumplir los 67 años de edad, Francia creó en su honor el Instituto Pasteur.
Al otro lado del Rhin, un médico alemán que, con un microscopio comprado por su esposa con sus propios ahorros, siguió la pista al esquivo bacilo del ántrax hasta su etapa de espora, fue Robert Koch (1843-1910), quien entre otros descubrimientos hizo el del bacilo de la tuberculosis y el hecho de que la peste bubónica haya sido casi siempre transmitida por las pulgas de rata.
Uno de sus alumnos en el Instituto para Enfermedades Infecciosas de Berlín, Emil von Behring (1854-1917), fue otro gran bacteriólogo de la época; una de sus más importantes contribuciones científicas fue haber descubierto las toxinas bacterianas contra las cuales el organismo forma antitoxinas. Su antitoxina diftérica probó rápidamente su eficacia por el notable descenso de mortalidad debida hasta la entonces predominante enfermedad infantil; más adelante desarrolló una inmunización similar contra el tétanos. El español Jaime Ferrán (1849-1929) hizo los primeros experimentos sobre la inmunización activa, primero contra el cólera (1881) y después contra el tifus.
El primer laboratorio de Robert Koch, quien en 1873, a la edad de 30 anos había iniciado ya su magno estudio sobre el bacilo del ántrax. Descubrió también el bacilo del tubérculo.
El primer laboratorio de Robert Koch, quien en 1873, a la edad de 30 años había iniciado ya su magno estudio sobre el bacilo del ántrax. Descubrió también el bacilo del tubérculo.
Otra primera figura en el nuevo campo de la microbiología fue Edwin Klebs, descubridor del bacilo de la difteria [5] e innovador de la técnica de laboratorio para el cultivo de microorganismos. El médico y biólogo cubano Carlos Juan Finlay (1833-1915) sentó en 1882 la hipótesis de que el mosquito era el vector que propagaba la fiebre amarilla, teoría formulada antes que Reed y otros demostrasen su exactitud.
Este ataque uniforme contra los microbios fue brillantemente coronado por el descubrimiento del salvarsán, hecho por Paul Ehrlich (1854-1915), que dio lugar al concepto de una "bala mágica" quimioterapéutica contra microorganismos infecciosos específicos.
Las técnicas quirúrgicas en la primera mitad de este siglo no fueron muy distintas a las de Ambroise Paré en el siglo XVI; se diferenciaban principalmente en que el cirujano era más versado en anatomía y patología que sus colegas del Renacimiento. Las cualidades que caracterizaban a un brillante cirujano en estas primeras décadas eran la rapidez y la temeridad.
El Dr. Carlos Juan Finlay, médico cubano que en 1882 expuso una teoría según la cual el mosquito Aëdes aegypti era vector de la fiebre amarilla.
El Dr. Carlos Juan Finlay, médico cubano que en 1882 expuso una teoría según la cual el mosquito Aëdes aegypti era vector de la fiebre amarilla.
Fueron cirujanos notables en este período el francés barón Guillaume Dupuytren (1777-1835), quien perfeccionó gran número de intervenciones quirúrgicas, dio nombre a la fractura bimaleolar y a la retracción de la aponeurosis palmar y fundó el Museo de Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de París, que también lleva su nombre; el fisiólogo inglés Charles Bell (1774-1842), quien descubrió que las raíces anteriores de los nervios espinales son motoras, y las posteriores sensitivas; su hermano John (1763-1823) y Sir Astley Paston Cooper ( 1768-1848 ), famoso por sus operaciones de hernia abdominal y por haber sido el primero que hizo la amputación hasta la articulación coxofemoral. Entre los norteamericanos sobresalió Philip Syng Physick (1768-1805), conocido como el padre de la cirugía de los EE.UU., famoso por haber extraído varios cientos de cálculos renales al Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, John Marshall.
La imagen del médico del siglo XIX cambió en virtud de lo mucho que el desarrollo de la medicina dependía de la ciencia y del papel dominante del laboratorio en los problemas de la enfermedad y muerte: ya el médico deja de ser un hombre con poderes semimilagrosos, participa en la tendencia positivista de la época, reconociendo sólo aquellas conclusiones que se basan en hechos objetivos. Se desprende de su toga y peluca ornamentales, su bastón con puño de plata y sus latinajos.
A finales del siglo se inició la tendencia que había de conducir a la medicina por la senda del diagnóstico basado en la observación clínica y los datos del laboratorio y a la especialización. El médico de familia comienza a ceder terreno al diagnosticador del hospital, y el enlevitado médico general a utilizar la blanca bata del hombre de ciencia, tendencias ambas que habían de apartar al médico del punto de vista sagrado de la medicina en la siguiente época.
En los albores del siglo XIX, los profesionales en "medicina y cirugía", en el estado de Nueva York, recibían $1,00 por visita, 12 centavos por píldoras o polvos, $5,00 por visita o llamada nocturna, $2,00 por una flebotomía, $4,00 por la aplicación de ventosas y $125.00 por una operación de hernia, cálculos o catarata.
Hasta 1870 los médicos ingleses cobraban una guinea (poco más de $5,00) por una consulta, una guinea por cada dos kilómetros de viaje; los médicos de provincia recibían de los pacientes pobres desde medio chelín hasta diez; a mediados del siglo sus honorarios eran de 20 libras esterlinas al año por asistir a los enfermos de una parroquia entera.
Al cerrarse este siglo henchido de transcendentales acontecimientos, el médico se halló, por fin, libre del movedizo terreno dogmático y metafísico y en posesión de sólidos principios científicos, dotado de un amplio armamentárium. Por su parte, químicos, físicos e ingenieros hacían notables adelantos en sus respectivas especialidades, contribuyendo así a la mayor eficacia y al mejoramiento del arte de curar.
Cuatro mil años de arduos esfuerzos e investigación, colocaron al médico en el umbral del siglo de los antibióticos, de los viajes interplanetarios, de la electrónica, de la energía atómica, y de la medicina del espacio, lanzándolo con inusitada velocidad hacia la consecución de un nuevo destino. 


Referencias:
http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/154/html/sec_11.html
http://www.ujaen.es/investiga/cts380/historia/siglo_xviii.htm
http://www.ops.org.bo/textocompleto/rnabhm20020301
http://escuela.med.puc.cl/paginas/publicaciones/historiamedicina/histmed_10.html
La Epopeya de la Medicina - Felix Marti Ibanez.pdf

http://www.librosmaravillosos.com/laepopeyadelamedicina/capitulo11.html